En la oscura noche que envolvía El Fuerte, Sinaloa, un tren rugía en su travesía hacia el norte, llevando consigo historias de esperanza y sueños entrelazados con el acero de la bestia ferroviaria.
Pero esta vez, la jornada nocturna se vio ensombrecida por la tragedia cuando un niño de 8 años, proveniente de Luanda, Angola, perdió la vida en un fatal desliz.
Eran las primeras horas del martes, y el vagón FXE 5225, destinado a cruzar la frontera hacia Estados Unidos, se convertiría en el escenario de una tragedia sin precedentes.
A bordo, un pequeño migrante africano y su madre, portadores de sueños y desafíos, emprendían un viaje hacia un destino incierto.
Fue al llegar a la sindicatura de San Blas cuando el viaje tomó un giro inesperado. Razones desconocidas se convirtieron en testigos mudos de un desliz fatal.
Sin previo aviso, madre e hijo resbalaron, desprendiéndose del tren, cayendo en la oscuridad a unos 300 metros del andén que, en otra realidad, podría haber sido el punto de inicio de un nuevo capítulo en sus vidas.
La brutal realidad se apoderó del instante: la vida del niño se apagó de manera instantánea.
La bestia de acero, que simbolizaba la ruta hacia la esperanza para muchos, se transformó en el cruel telón de fondo de una tragedia incomprensible.
Las autoridades, envueltas en el lamento de la tragedia, confirmaron la muerte del menor.
La Vicefiscalía de la zona norte, impregnada de solemnidad, llegó al lugar del suceso para dar fe de lo ocurrido. En ese rincón de El Fuerte, el destino se tejía con los hilos de la desesperanza y la impotencia, mientras los sueños del pequeño migrante se desvanecían en la penumbra de la noche sinaloense.
El silencio de la bestia ferroviaria, testigo mudo de la pérdida, quedará grabado en la memoria de quienes se aventuran en su lomo en busca de un futuro mejor.
En la vastedad de la noche, la tragedia se convierte en eco, resonando con preguntas sin respuesta y marcando un lamento inaudible por el niño africano que encontró su destino final lejos de su tierra natal.