Ostión fresco de El Maviri, un manjar a la orilla del mar

Camino a la playa El Maviri, justo antes de cruzar el emblemático puente que conduce a uno de los rincones más visitados del norte de Sinaloa, se encuentra un pequeño paraíso gastronómico que muchos ya conocen, pero que otros tantos aún están por descubrir. A mano derecha, en una zona rústica y sencilla, brota una experiencia culinaria tan auténtica como el propio mar: el ostión fresco, servido directamente del agua salada a su mesa.

No hay letreros ostentosos ni anuncios luminosos. Solo el olor a salitre, el sonido del viento acariciando los manglares, y uno que otro comensal feliz con su concha en mano, son suficientes para invitarte a frenar el paso y dejarte llevar por la curiosidad. Aquí, los ostiones no conocen refrigerador. Son extraídos al momento por manos expertas, abiertas con destreza y dispuestos en charolas con limón, salsa, y ese toque de picante que despierta el alma.

Sentarse en una banca de madera improvisada, con el sol a media altura y la vista hacia la inmensidad azul, convierte el acto de comer en un ritual. El primer bocado es una explosión de frescura: mar puro, textura firme y sabor limpio. Acompañado de una cerveza fría o una soda escarchada, es fácil entender por qué este lugar se ha convertido en parada obligatoria para locales y turistas.

El ostión de El Maviri no es solo alimento; es identidad, es tradición, es una celebración sencilla del privilegio de estar tan cerca del mar. Comerlo ahí, en ese punto antes de llegar a la playa, es vivir una experiencia que sabe a libertad, a raíces y a un lujo que no se mide en dinero, sino en sabor y autenticidad.

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