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En el panorama político actual, la dirigente estatal del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Paola Garate, se encuentra bajo el escrutinio público debido a lo que algunos críticos describen como un desempeño político deficiente y enfocado exclusivamente en su propio interés.
El descontento con la gestión de Garate se manifiesta en la percepción general de que el PRI ha perdido cohesión y dirección bajo su liderazgo.
La falta de una estrategia política clara rumbo a las próximas elecciones electorales ha dejado al partido en una posición desarticulada, “sin pies ni cabeza”, según señalan analistas políticos.
Una de las críticas más severas apunta a la aparente falta de compromiso con acuerdos políticos previos.
Se sostiene que Garate ha descuidado importantes pactos que podrían haber fortalecido al partido, optando en su lugar por acciones que solo benefician su futuro político personal.
Esto ha generado desconfianza y cuestionamientos internos sobre su liderazgo y su capacidad para tomar decisiones en beneficio del PRI en su conjunto.
El manejo de los recursos del partido también ha sido objeto de críticas, con observadores políticos acusando a Garate de llevar “agua a su molino”.
La falta de transparencia en la asignación de recursos y la aparente priorización de intereses personales sobre los del partido han contribuido a la percepción negativa en torno a su liderazgo.
En última instancia, el consenso crítico es que a Paola Garate le ha quedado grande el desafío de liderar el PRI en un momento crucial.
La ausencia de una estrategia política clara y la aparente desconexión con los intereses del partido plantean interrogantes sobre su capacidad para enfrentar los retos electorales venideros.
La dirigente estatal del PRI se encuentra en una encrucijada, enfrentando no solo la desconfianza interna, sino también la necesidad de reconstruir la confianza del electorado si pretende cambiar el rumbo del partido en el futuro próximo.